A raíz de la publicación de Don de la ebriedad, Claudio Rodríguez inicia una intensa relación de amistad con Vicente Aleixandre (a quien Claudio se refería como «mi padre») que se mantuvo hasta la muerte del Nobel. La amistad con este maestro y protector de tantos jóvenes poetas españoles de la segunda mitad del siglo XX se hace pronto extensiva al numeroso grupo de poetas y críticos del entorno de la casa de Velintonia 3, en el que se entrecruzaban varias generaciones: Carlos Bousoño, José Luis Cano, José Olivio Jiménez, Francisco Brines, Paco Nieva están entre los primeros condiscípulos y amigos de Claudio. Nómina que se iría ampliando con otros compañeros de viaje en la aventura de la poesía y de la vida: Blas de Otero, José Hierro, José Ángel Valente, Dionisio Cañas, Ángel González, Pablo García Baena, Jesús Hilario Tundidor, Rafael Morales, Antonio Gamoneda, o los poetas y escritores más jóvenes Antonio Colinas, Luis Alberto de Cuenca, Pere Gimferrer, Jaime Siles, Gustavo Martín Garzo o José Miguel Ullán. Estos son testimonios de autores contemporáneos de Claudio Rodríguez. Se trata de textos –completos o fragmentarios- donde queda explícita esa relación con la persona y la poesía de Claudio, textos que durante la vida del poeta, o a raíz de su muerte, fueron saliendo en distintos lugares. Amistad y admiración se funden en las voces de quienes tuvieron la fortuna de frecuentar al hombre y leer al poeta.